Nunca me gustó, pero aprendí a aceptar que como país éramos del Tercer Mundo. Quizá no como individuo, pues la educación, la cultura y los viajes ayudan a deslastrarse algo del moho ancestral de la pobreza crónica, la incultura generalizada y la miopía social y económica. Lo acepté y, viviendo esa premisa, intenté llevar mi vida y la de mis familiares por un camino más parecido al de los habitantes del Primer Mundo, que lo usual en nuestro medio vernáculo. Me fue bien, como a muchos otros compatriotas conscientes de nuestras limitaciones geográficas y culturales.
Luego, apareció por aquí un vociferador de consignas, agresor verbal, militarista y, como tal, brusco de maneras y brutal e irreflexivo en sus decisiones populistas, que seguía viejos manuales comunistas, haciendo uso de las únicas posibles salidas planteadas por el marxismo ante las desgracias derivadas de la industrialización a ultranza y sin consideración empática del siglo XIX y comienzos del XX , como fueron el planteamiento de la destrucción de los esquemas económicos capitalistas, explotadores y opresores, las expropiaciones, la renovación política de los estados y el empoderamiento de las clases trabajadoras. Ejecutó esos esquemas, obviamente obsoletos para el final del siglo XX, con la frescura y direccionalidad de quien lucha contra los industriales, banqueros y comerciantes de 1848 o 1890, por decir lo menos.
No era esa la Venezuela que teníamos, ni eran esos nuestros empresarios e industriales. Quizás algunos, pero las peores circunstancias no eran ni remotamente similares a las descritas para el final del siglo XIX. Pero, como todas las cosas mal hechas, al final, hoy, estamos viviendo más pobres, más carentes, más ausentes de la cultura y del conocimiento moderno y universal, que nunca.
No estamos ya en el Tercer Mundo, No calificamos tan alto. Solo en desnutrición, mortalidad infantil, recrudecimiento de enfermedades infecciosas, afecciones cardiovasculares imposibles de tratar por carencia de insumos, diabetes, glaucoma, epilepsia, psicosis, depresiones, etc., estamos igual o peor que durante la Segunda Guerra Mundial.
Estamos, eso sí, a la altura política y de desarrollo de naciones tan conocidas como Corea del Norte, Cuba y Zimbabue. Que podrán tener armas nucleares, pero la pobreza en todos los demás órdenes de la vida y la sumisión ciudadana ante las carencias y el poder represor son, hoy por hoy, su sino y conforman así las características de regímenes opresores, retardatarios y favorecedores de una camarilla cómplice.
Es absurdo que en uno de los países más jóvenes del mundo, con las mayores riquezas potenciales, estemos pasando por la desgraciada situación de estar inválidos ante la miseria que hemos generado y rechacemos, además, la mano tendida de quienes, generosamente, en el extranjero, se conduelen de nuestras penas, carencias e impotencia ciudadana.
No hay muchas opciones para Venezuela, diría que solo un cambio de orientación política y económica, con un liderazgo firme y comprometido, ejemplar y resistente a la descalificación y a la crítica acerba y destructora, puede sacarnos de esta irritante e intolerable sumisión en la que las carencias, el miedo y la desesperanza, nos han colocado.
Es decir, volvimos a ser un pueblo primitivo, pre-Tercer Mundo, a la espera de un mesías…
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