El mundo confronta dos escenarios
susceptibles de crear las condiciones para una confrontación global. Uno se
encuentra al Este de Europa y el otro al Este de Asia. El primero se
caracteriza por la contracción geopolítica sufrida por un actor fundamental. El
segundo por la expansión geopolítica de otro.
Europa
Al Este de Europa, Rusia se encuentra
desde hace veinticinco años en un proceso de repliegue de sus antiguas áreas de
proyección de poder. Al momento del desplome de la URSS, Moscú solicitó
insistentemente que se transformase a la Organización para la Seguridad y
Cooperación Europea en eje de la seguridad europea.
En su lugar esta función fue asignada a
la OTAN, institución nacida para adversar a Rusia, la cual inició a partir de
ese momento una expansión sistemática hacia el Este. Ello fue acompañado por la
expansión en igual dirección de la Unión Europea.
No satisfecho con este efecto tenaza
sobre las antiguas áreas de influencia de Moscú, EEUU desarrolló un conjunto de
acciones en Asia Central y el Mar Caspio cuyo denominador común fue buscar
conducir a dicha capital a la irrelevancia.
Rusia se ha encontrado en retirada
continua y en procura de poder salvaguardar un perímetro esencial de protección
y defensa. La ausencia de una geografía que naturalmente la proteja, ha
determinado que Rusia busque esta salvaguarda por vía de Estados tapones y de
la profundidad territorial. Mientras lo segundo le viene dado en sus propios
espacios interiores, lo primero ha sido sistemáticamente socavado por
Occidente. Ucrania, sin embargo, fue un paso demasiado lejos.
Ello no sólo colocaba bajo control
occidental a las grandes planicies por las que han penetrado a Rusia sucesivas
invasiones, sino que podía sustraerle a Moscú su única base naval contigua de
aguas calientes. Según Henry Kissinger: “Ucrania fue parte de Rusia durante
largo tiempo… Europa y Estados Unidos no entendieron el impacto de sus
acciones… Ucrania siempre ha tenido un significado muy especial para Rusia y
fue un error no haberlo comprendido” (“Interview with Henry Kissinger”, Spiegel
Online, November 13, 2014). La reacción rusa frente a esta situación colocó las
relaciones de este país con la OTAN al rojo vivo. El derribo de un avión ruso
por parte de Turquía el año pasado mostró la fragilidad existente.
Asia
Al Este de Asia, el problema es el
opuesto. Aquí la actitud expansiva de China determina el marco de referencia.
Ello requiere de un poco de historia. En 1972 Pekín y Washington alcanzaron un
acuerdo fundamental sustentado en una premisa simple: EEUU reconocía al Partido
Comunista como legítimo gobierno de China y este último aceptaba el liderazgo
estadounidense en la región del Asia-Pacífico. Ambas partes necesitaban de este
compromiso.
Para Mao era la garantía de que
Washington no se aliaría con Moscú en su contra, en momentos en que las
tensiones de China con la Unión Soviética habían llegado a su punto álgido.
Para Nixon ello brindaba la posibilidad de salir de la guerra de Vietnam sin
que China explotase en su beneficio esta situación de debilidad.
Dicho acuerdo brindó importantes
dividendos a ambas partes. A partir de fines de la década de los setenta China
pudo concentrarse en una política de crecimiento económico sin tener que
desviar recursos o atención a una rivalidad estratégica con EEUU. Washington
pudo dirigir su atención a otros escenarios, en la seguridad de que su
liderazgo en esta zona del mundo no sería puesto a prueba.
De ambos quien mayor beneficio obtuvo
fue China. Ello le posibilitó alcanzar el mayor crecimiento económico en la
historia documentada de la humanidad, compitiendo con EEUU por la supremacía
económica.
Más aún, le permitió revertir el declive
sufrido durante los últimos dos siglos para recuperar la importancia mundial
que había detentado durante milenios. Para Pekín el acuerdo de 1972 resulta
desfasado. Lo contrario implicaría asumir una posición de subordinación
permanente en una zona del mundo en la que, desde tiempos inmemoriales y con
excepción de los últimos 175 años, fue potencia hegemónica.
Su aspiración es la paridad estratégica
con Washington en el Asia-Pacífico. Para China los términos de este arreglo
deberían implicar una división de esferas de influencia dentro de la cual EEUU
quedaría relegado al Este de la llamada “Primera Cadena de Islas”. Esto
colocaría bajo control hegemónico de Pekín al Mar Amarillo y a los mares del
Este y del Sur de China. Es decir, el epicentro geopolítico de esa parte del
mundo.
Lo anterior no es viable para
Washington. No sólo porque de por sí aceptar una relación de paridad estratégica
con China le resultaría cuesta arriba, sino porque hacerlo en los términos a
los que aspira Pekín le significaría sentarse en el asiento del copiloto.
Este escenario dual ya de por sí
inmensamente complejo se complica más ante la política de alianzas. Es a partir
de éstas que podría prenderse la chispa que haría estallar al polvorín.


